Escribir con la máxima corrección y pulcritud es, a partir de cierto nivel, una cuestión de matices. He llegado a esta conclusión después de leer numerosos manuscritos y libros redactados con una prosa digna que acaban malogrados por culpa de errores comunes, fáciles de evitar. Ocurre, en estos casos, que la buena impresión inicial se resiente antes o después. Puede que el lector común –entiéndase las cursivas– no repare en estos pequeños errores, pero un lector avezado sí que se va a dar cuenta, y no va a poder reprimir un mohín de disconformidad. (Donde hay un buen lector siempre hay un gran censor y donde hay un gran censor siempre hay un mohín de disconformidad).
¿Pero de veras tienen tanta importancia los matices? Claro que sí. Supongo que habréis visto en alguna ocasión uno de esos concursos de patinaje artístico en los que el patinador o la patinadora de turno está haciendo una buena actuación y de repente sufre un ligero resbalón. Personas como yo, que no entendemos de patinaje artístico, tal vez lo pasemos por alto, o quizá percibamos el lapsus pero no le concedamos demasiada trascendencia. Sin embargo, el exigente jurado le va a rebajar nota por ese error, por pequeño que sea. Un error, ay, que puede costarle el campeonato. El escritor, como el patinador, se juega el éxito de su empresa en los detalles.
Ese es el tema que nos ocupa hoy: los pequeños errores. No estamos analizando las flagrantes faltas de ortografía o un desconocimiento lesivo de la gramática, sino los deslices, los resbalones lingüísticos, las caídas inesperadas.
A continuación, te ofrezco cinco consejos que podrían darle ese empujoncito a la calidad de tu escritura. El objetivo es evitar esos resbalones en los que algunos caemos de vez en cuando mientras que otros, adictos a ellos, lo hacen con nocturnidad y alevosía…
Textos complementarios:
Cómo evitar el uso abusivo del verbo decir en los diálogos